Lejos en el futuro, los Controladores del Mundo han creado la sociedad ideal. A través del uso inteligente de la ingeniería genética, los lavados de cerebro y drogas y sexo recreacional, todos sus miembros son consumidores felices. Bernard Marx parece ser el único que tiene una sensación extraña que lo hace anhelar ser libre. Una visita a una de las últimas Reservas de Salvajes, donde la vida antigua e imperfecta sobrevive, puede llegar a ser la cura de su inquietud...
Un mundo feliz era la pieza de la tríada distópica más famosa (junto con 1984 y Farenheit 451) que me faltaba leer. Me lo debía hace rato y por motivos ligados a la facultad, llegó el momento de leerlo.
La lectura fue un impacto espléndido. Con delicadeza, Huxley introduce al mundo nuevo y mejorado sin saturar. Todo es pura ciencia y puras alteraciones genéticas, y podría transformarse en una lección de química especulativa aburrida, pero Huxley sabe cómo mezclar la presentación de los personajes con las referencias a los funcionamientos de ese mundo hiper controlado, atrapando y convenciendo.
El tema central, el control de la sociedad y las masas por medio de drogas y manipulaciones genéticas, no resulta demasiado chocante e inmoral porque Huxley, con mucha astucia, pone la mirada en los efectos que este control tiene sobre los individuos: son felices, no sufren, pueden superar una tristeza con una siesta rápida, inducida por las drogas, y no conocen la decrepitud.
Jamás una novela distópica me había vendido tan bien la distopía. ¿Es realmente una distopía? Esa pregunta late con intensidad en cada capítulo, porque los personajes son felices. Marx (y el juego con los apellidos de los personajes es genial), único ser humano con inquietudes y preguntas sobre su modo de vida, es el único que se anima a cuestionar todo porque cree que hay algo más.
Su periplo lleva al lector a presenciar una confrontación entre el modo de vida actual y el modo de vida que ha muerto: sin drogas, con nacimientos y desarrollos naturales, con madres y padres, con dolor y heridas que sangran. Y nuevamente el lector queda en una situación incómoda: a simple vista, la sociedad controlada parece ser mejor.
En medio de estos cuestionamientos filosóficos de base hay una escena excelente donde Marx discute con el jefe de la sociedad. Ahí, el personaje del jefe (que parece ser ¿un dios menor?, ¿un narrador de incógnito?) hace explícita la confusión: sí, este modo de vida es mejor, pero requiere sacrificios, sacrificios que se deben hacer para el bien más grande. Así mueren la poesía, el arte, la literatura, las pasiones... Pero así logra el hombre vivir sin angustias.
Un mundo feliz es una novela muy sólida, que reconoce su artificio y propone preguntas sin respuesta absoluta. Jamás una novela me había convencido de esta forma de la eficacia de una distopía, y, sobre todo, de su inevitable probabilidad. Merece, sin duda alguna, seguir ubicada en esa tríada de las mejores distopías.
Su periplo lleva al lector a presenciar una confrontación entre el modo de vida actual y el modo de vida que ha muerto: sin drogas, con nacimientos y desarrollos naturales, con madres y padres, con dolor y heridas que sangran. Y nuevamente el lector queda en una situación incómoda: a simple vista, la sociedad controlada parece ser mejor.
En medio de estos cuestionamientos filosóficos de base hay una escena excelente donde Marx discute con el jefe de la sociedad. Ahí, el personaje del jefe (que parece ser ¿un dios menor?, ¿un narrador de incógnito?) hace explícita la confusión: sí, este modo de vida es mejor, pero requiere sacrificios, sacrificios que se deben hacer para el bien más grande. Así mueren la poesía, el arte, la literatura, las pasiones... Pero así logra el hombre vivir sin angustias.
Un mundo feliz es una novela muy sólida, que reconoce su artificio y propone preguntas sin respuesta absoluta. Jamás una novela me había convencido de esta forma de la eficacia de una distopía, y, sobre todo, de su inevitable probabilidad. Merece, sin duda alguna, seguir ubicada en esa tríada de las mejores distopías.
No recuerdo la primera vez que leí este libro. Tampoco recuerdo cuánto hace que no releo ese 1984 o Farenheit. Pero me alegro muchísimo de que tanto vos como yo lo hayamos hecho.
ResponderEliminarLo único que agregaría a esta fina alegoría es Brazil de Terry Gillian.
Brazil es una de las mejores películas distópicas que vi.
ResponderEliminarWoow, si ustedes dos la recomiendan, ya la empiezo a descargar!
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