Estos son tiempos apurados y agotadores que demandan poesía. Porque cuando todo empieza a correr y el cuerpo se pone ansioso la palabra poética se vuelve un ancla. Al menos eso me sucede a mí. En la poesía encuentro esa chispa del disfrute, de lo despreocupado y de lo profundamente relevante que no siempre hallo con tanta rapidez en otras lecturas.
También vengo sumergida en el mundo poético con las investigaciones que me tocaron hacer este año y quizás sólo por eso vengo leyendo tanto, todo puede ser.
El asunto es que comencé a participar del grupo poético de Whatsapp que organizó Cata Reggiani (un grupo en el que sólo se pueden mandar poemas. Cero comentarios, cero emojis o stickers, sólo poemas) y todos los días me despertaba con varios mensajes llenos de poemas, conocidos y muy desconocidos.
¿Por qué no buscar más poesía? ¿Por qué no leer más? La poesía es así, una madriguera sin fondo, un agujero negro que invita a más, que sólo hace crecer en uno las ganas de leer más y conocer nuevos poetas.
El desafío personal que se me ocurrió es este: tratar de leer un libro de poesía por mes. No más reglas que esa, pura variedad, autores consagrados, poetas incipientes, todo vale. El único anhelo es no perder el hilo de la poesía.
Este mes arranqué con un libro nuevo, publicado este año por Graywolf Press que, por supuesto, todavía no tiene traducción (¿alguna vez la tendrá?). Se llama Deaf Republic: Poems y es de Ilya Kaminsky, un muchacho nacido en Odessa que ahora vive en Estados Unidos. Tal vez relevante a la luz de este poemario: Ilya perdió la audición a los cuatro años.
Deaf Republic (República sorda, podríamos llamarlo) es un libro que narra la historia de un país ocupado por soldados en una época de inquietud política. Comienza con un dramatis personae que nos da a conocer a los personajes del relato y luego se abre, como una obra de teatro, en un drama de dos actos, llenos de pura poesía.
Así conocemos a Petya, un niño, que participaba de una protesta en aquel país y que, como era sordo, no escuchó a los soldados que venían a desarmarla. Lo matan y es ese disparo fatal lo último que escuchan los demás pueblerinos. Todos se han quedado sordos. Así comienza el aprendizaje y la coordinación de la protesta social a través de la lengua de señas.
Poesía y lengua de señas, esas son las huellas de este libro. Así, la historia focaliza en la vida de Alfonso y Sonya, un matrimonio joven que esperan a su primera hija, y que se verán en el ojo de la tormenta de la violencia y la represión; en la vida de Momma Galya, una mujer de armas tomar, que instiga a los insurgentes desde su teatro de marionetas, y sus chicas, que se arriesgan por la gente del pueblo.
Los poemas que construyen la historia son honestos en su falta de pretensión y abrazan con tal fuerza las experiencias y las sensaciones que buscan transmitir que, muchas veces, dejan sin aliento.
Observe this moment
—how it convulses—
The body of the boy lies on the asphalt like a paperclip.
The body of the boy lies on the asphalt
like the body of a boy.
I touch the walls, feel the pulse of the house, and I
stare up wordless and do not know why I am alive.
We tiptoe this city,
Sonya and I,
between theaters and gardens and wrought-iron gates—
Be courageous, we say, but no one
is courageous, as a sound we do not hear
lifts the birds off the water.
La crueldad de una guerra que se desata en el propio hogar, de los secuestros y la violencia sin sentido, de la tortura y la muerte, atraviesa toda la historia y, sin embargo, es interrumpida constantemente por las experiencias individuales de amor (la historia de Sonya y Alfonso es conmovedora) y de valentía comunitaria.
At the trial of God, we will ask: why did you allow all this?
And the answer will be an echo: why did you allow all this?
Es una historia actual y relevante narrada de un modo sumamente original. Los poemas son claros, dolorosos y bellos en su juego con las palabras y sonidos. La estructura en dos actos y la división en los poemas (las pequeñas escenas, que siempre son muy vibrantes) transforma la lectura en una experiencia que sumerge por completo al lector. Las marcas de las palabras en lengua de señas son pequeños golpes que le dan ritmo a la lectura. A mí me dieron ganas de que no terminara nunca.
Con esta pequeña joya arranco la búsqueda mensual de un libro de poesía. Ojalá que haya más así.