Solo tres segundos, de Paula Bombara (Norma, 2011), es una de esas novelas a las que conviene entrar sin referencias ni pistas sobre por dónde irá la trama. Será desafío para mí, entonces, poder escribir una reseña que no adelante ni eche luces confusas sobre esta historia.
Puedo comenzar, por ejemplo, señalando que de todas las novelas de Paula que leí hasta ahora, esta es la que más me conmovió. No en un sentido lacrimógeno sino más bien estructural: mientras leía, di vuelta una página, convencida de por dónde avanzaría la historia, a la espera de otro capítulo que me trajera las mismas voces y, de pronto, toda certeza y sensación de previsión se me estrellaron contra aquel nuevo capítulo. Mi horizonte de expectativas acababa de quebrarse por completo.
Y la novela continuó y yo tuve que adaptarme a ella. No, reformulo, quise desesperadamente adaptarme a ella porque ahora necesitaba encontrar el orden y las voces nuevas, y construir con todo eso otra idea sobre esta historia.
Cuando la terminé, me di cuenta del lío: seguir la novela me había llevado a un proceso inesperado (en la identificación con los personajes, en las expectativas y las ideas que me había hecho de la historia en desarrollo) y lo había logrado gracias a —vamos a llamarlo de este modo— una grieta increíble en el medio de la trama. Y no sé si ese me resultaba un recurso bien limpio. No sé si estaba de acuerdo con ese manejo de la historia, que me llevaba a preguntarme cuál era la intención, el conflicto; si esa vuelta de tuerca no era un capricho, un "porque sí".
Y quizás esa grieta es todo eso.
Pero la verdad es también que gracias a ella tuve una lectura inesperada y sorprendente, que me llevó a reevaluar cómo venía considerando la historia y qué era lo que había ubicado como el conflicto. Porque, quizás, el conflicto era este en realidad: que los personajes y yo, lectora, nos cruzáramos con la grieta y, de pronto, todo tuviera que volverse a revisar, a calcular. Que en un cambio de página, de capítulo, en una distracción, en solo tres segundos, tuviésemos de pronto que volver a pensar en lo que ya creíamos haber entendido y comprender qué no, que todo está aún por verse, incluso la literatura y sus modos.