¿Libros perturbadores?Quien nos puede ayudar a pensar más sobre esta idea es Fanuel Hanán Díaz, que dice que los “libros perturbadores” producen una sensación de inestabilidad en la mente del lector. A diferencia de los géneros del terror y del horror donde, de formas diferentes, se busca el efecto del miedo, existe la posibilidad de que estos “libros perturbadores” lo que busquen sea, justamente, el efecto de la perturbación, de la inquietud o incomodidad emocional.
Hanán Díaz señala algunos modos en lo que esto puede suceder, como las indagaciones en los aspectos que para él conforman “la sombra colectiva” (el deseo de la muerte, el odio, el suicidio, el abandono, los miedos, etcétera) o la construcción de inestabilidad dentro de las historias (como la creación de mundo paralelos, la deconstrucción de las coordenadas del tiempo y espacio en la historia, o la revelación de alguna verdad secreta y oculta) y de finales abiertos que anulan las posibilidades de escape del protagonista.
Y esto no es todo: a esto se le suele sumar uno de los rasgos que propone Freud sobre "lo siniestro": la experiencia de que algo familiar y conocido reaparece o se revela de forma extrañada y ajena. Nada desestabiliza más que eso.
Inquietud, desconcierto y la pérdida de certezas y de confianza en lo familiar y conocido son algunas de las experiencias que pueden rastrearse en estos libros.
¿Cómo podemos encontrar esto en la LIJ, entonces?
Los mundos de Neil Gaiman
Una primera parada en este camino inquietante son las historias de Neil Gaiman, en particular, Coraline y Los lobos en la pared (un libro-álbum ilustrado por Dave McKean, gran colaborador en la construcción de la inquietud).
En ambas historias se nos presentan protagonistas niñas que descubren que en el interior de sus hogares hay algo extraño, ajeno: Coraline descubre un mundo paralelo, copia casi idéntica del suyo, pero carente de lógica racional, mientras que Lucy descubre que en el interior de las paredes de su casa viven lobos (sí, vivitos y coleando). De este modo, el hogar, espacio seguro y familiar, más para estas niñas, se revela de pronto como potencial peligro, como una invasión a lo conocido. Se rompe ese anclaje al hogar y las niñas tendrán que descifrar cómo lograr recuperar algo de esa experiencia de hogar que han perdido. Así, con la revelación del mundo paralelo en Coraline y de la vida latente y oculta de los lobos en Los lobos de la pared, se revela que la estructura de los escenarios en estas historias es inestable y eso desestabiliza la vida de los personajes.
Nadie más que ellas son conscientes de estos descubrimientos y la soledad es parte de los ingredientes incómodos: todo depende de ellas.
En el mundo paralelo de Coraline, además, los nuevos personajes en vez de ojos tienen botones (y esto nos recuerda a Freud y a su lectura de “El hombre de arena”, de E.T.A. Hoffman: en esta historia donde una leyenda presenta a un hombre que arroja arena en los ojos de los niños que no quieren dormir, Freud encontró una pista para elaborar la idea de "lo siniestro": la inquietante extrañeza que genera el temor a perder los ojos y la experiencia de lo reprimido que sale a la luz). En las ilustraciones que hace Dave McKean para Los lobos de la pared, los personajes también tienen ojos opacos, inexpresivos. El acceso a estos personajes y sus emociones se vuelve imposible, ¿qué sienten? ¿Qué quieren? Nada es más incómodo que un personaje cuyos ojos nos imposibilitan verlo, conocerlo, y verlo vivo (otro de los elementos que detecta Freud: los muñecos y los autómatas, aquellos que parecen seres humanos vivos pero no lo son, son motivo de ominosa inquietud, siempre).
En ambas historias, la lectura no produce un miedo inmediato: no hay monstruos ni horrores que espanten, ni siquiera los lobos que rondan la casa de Lucy se presentan así por completo. Por el contrario, las historias construyen una picazón incómoda, una suerte de ansiedad por “lo que puede llegar a suceder pero aún no llega”, una inquietud por la soledad de las protagonistas y el vacío que queda en las experiencias de sus hogares.
La experiencia es incómoda y novedosa, distinta al miedo e incluso a la tensión del suspenso, y puede encontrarse también en algunos libros de la LIJ argentina. Hormigas y persecuciones
Algo similar sucede en El hormiguero, de Sergio Aguirre, una novela que narra la historia de Omar, un niño que se va al campo a pasar sus vacaciones en la casa de su tía. Allí, pronto Omar comienza a sospechar de las hormigas que ve en la casa y teme por su tía.
Parece, entonces, que la historia comienza en un plano más parecido al horror convencional: hay un posible monstruo, las hormigas. Pero, de a poco, la historia se va tornando inquietante, perturbadora: Omar comienza a experimentar el deseo de matar a las hormigas, una fuerte pulsión (un elemento propio de la "sombra colectiva": el anhelo de matar), y se siente observado, por ellas, por el gallo, por el perro de su tía.
Las hormigas se van transformando lentamente en una bestia sin forma, sin límite, que acecha y acosa: […] al ver de nuevo a la tía, el lunar ya no estaba. Los lunares no se mueven. ¿Y si eso no era un lunar? Recordó a las hormigas exploradoras. Las que andan solas, […] encargadas de buscar lo que pueda servir de alimento para el hormiguero y dar el aviso. Así lo vive Omar y esa persecución constante transforma el espacio del hogar y del bosque en un campo minado, porque de pronto ya ningún lugar es seguro, su tía corre riesgo y él es el único que puede ayudarla y matar a las hormigas.
La novela, con mucha sutileza, ofrece algunas pistas propias de los “libros perturbadores” que preparan el terreno para un final impactante, bien propio de “lo siniestro” freudiano, que no voy a spoilear (¡pero que invito a leer, porque vale la pena!), de revelación brutal de lo extraño y ajeno dentro de lo familiar y conocido.
Así, parece ser posible pensar en estos “libros perturbadores” como una categoría con características propias que, si bien está emparentada con los géneros de horror y terror, logra hallar un funcionamiento propio porque tiene su foco en la incertidumbre (y no en el miedo) como efecto de lectura. Y que, además, estos libros existen en la LIJ y también en la argentina.
El camino, entonces, queda abierto para seguir pensando sobre esto y buscando otras lecturas que se acerquen a esta posible categoría. |
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