En medio de los libros que leo y las cosas que hago, no, que debería estar haciendo para la facultad, trabajo. Doy clases en un colegio secundario a adolescentes no del todo interesados en nada. Sí, enseño lengua y literatura.
Podría decir un montón de cosas sobre todo lo que vengo descubriendo y aprendiendo en la docencia, y sobre todas las cosas que me gustaría que mejoren en general y todo eso que todos los que fuimos estudiantes de secundario ya sabemos.
Bla.
Pero lo que me tiene maravillada es la experiencia de leer con otros.
Lo empecé a ver con las primeras novelas que leímos en clase y con las cuestiones que después trabajábamos sobre esas historias. Pero, hace muy poco, un grupo de alumnos tuvo que leer Percy Jackson y el ladrón del rayo, que es un libro que me toca una fibra interior muy poco coherente. Me encanta Percy Jackson, me encanta su desfachatez y me encanta que Riordan haya escrito lo que se le dio la gana. ME ENCANTA.
Y ese día que los chicos tenían que venir con el libro leído, estaba muy nerviosa. Me di cuenta después, cuando sonó el timbre del recreo. Ahí se me aflojó el nudo que tenía en esa fibra incoherente y recién ahí lo noté bien: tenía miedo de que el libro no les gustara. Claro, estaba compartiendo con los chicos una lectura que me había resonado mucho (época post Harry Potter, eterno duelo y esta saga que aparece como una luz de esperanza) y me aterraba pensar que podía aparecer uno sacudiendo el libro con cara encendida de indignación gritando: "¡Profe! ¡Esto es cualquiera! ¿Por qué estos personajes insultan en griego?"
Pero hay algo mágico en la posibilidad de leer con otros y compartir la pasión por una historia y ese día lo vi con claridad.
A algunos chicos les gustó. A otros, no tanto. A algunos directamente no les gusta leer y, bueno, hago lo que puedo. Pero otros aparecieron ese día anunciando que ya se habían comprado el segundo, para seguir leyendo y saber qué pasaba con Percy, Annabeth, Grover. Y en esa clase pudimos dialogar, contarnos porqué nos gustaba o no la novela, qué personajes nos caían bien, cuáles entendíamos, qué escenas nos desconcertaban. Y vi que todo se contagiaba y que mi amor irracional también resonaba en los chicos. Y, sobre todo, pudimos tomarnos en serio la historia, darle a la ficción y a este mundo la dimensión y la importancia que merecían, y analizar y compartir opiniones desde otro lugar.
Así algunos entendieron esta pasión loca que tengo por Percy y algunos otros incluso se animaron a nombrar otros libros que despiertan en ellos esta misma locura. Por un rato, fuimos todos unos locos que se toman en serio estas historias y tienen opiniones y sensaciones profundas sobre lo que pasa en ellas.