Hay algo mágico en la lectura. Eso es obvio, acá estamos, si no, no tendría un blog. Pero hay algo doblemente mágico cuando una lectura despierta instintos escritores.
Nada me gusta más que leer cosas que escriben los autores sobre sus procesos de escritura. Hace un par de años lo hacía porque necesitaba saber cómo se hacía, cuales eran los secretos ocultos, qué tipos de animales sacrificaban para tentar a las musas y qué tipo de cuadernos compraban (¿rayados o lisos?).
Buscaba desesperadamente la receta para la escritura y esperaba encontrarme con cosas lineales y puntuales: "Siéntese, abra el cuaderno porque las computadoras distraen y en el tiempo que tarda en abrirse el Word ya estará cargando el capítulo de alguna serie. Abra la lapicera (si es de tinta la escritura fluirá mejor) y en tres oraciones simples defina a su personaje principal. Ahora, invéntele un miedo. Ahora, un hobby. Piense si está enamorado o si quiere que en el transcurso de su novela se enamore. Póngale unos padres desastrosos (o nada de padres, los huérfanos lucran más). Determine qué es lo que quiere y cuál va a ser el obstáculo. Escriba eso en un párrafo. Piense el final y definalo en una oración. Ahora rellene todo con descripciones, datos de color, personajes secundarios graciosos, algún villano oscuro que sea alegoría de algún mal de esta sociedad y, ¡voilá!, llegue a las trescientas páginas, consiga editorial, publique y nade en un mar del merchandising que se haga cuando una productora de cine le compre los derechos de su novela"
Buscaba desesperadamente la receta para la escritura y esperaba encontrarme con cosas lineales y puntuales: "Siéntese, abra el cuaderno porque las computadoras distraen y en el tiempo que tarda en abrirse el Word ya estará cargando el capítulo de alguna serie. Abra la lapicera (si es de tinta la escritura fluirá mejor) y en tres oraciones simples defina a su personaje principal. Ahora, invéntele un miedo. Ahora, un hobby. Piense si está enamorado o si quiere que en el transcurso de su novela se enamore. Póngale unos padres desastrosos (o nada de padres, los huérfanos lucran más). Determine qué es lo que quiere y cuál va a ser el obstáculo. Escriba eso en un párrafo. Piense el final y definalo en una oración. Ahora rellene todo con descripciones, datos de color, personajes secundarios graciosos, algún villano oscuro que sea alegoría de algún mal de esta sociedad y, ¡voilá!, llegue a las trescientas páginas, consiga editorial, publique y nade en un mar del merchandising que se haga cuando una productora de cine le compre los derechos de su novela"
Eso esperaba, ¡no!, eso quería encontrar en esos textos.
Por supuesto, nada de eso llegó a mis manos y mi frustración fue suprema. ¿Cómo que no dicen cómo hicieron? ¿Cómo que no cuentan de dónde sacan las ideas brillantes? ¡¿Cómo que no hay sistema fijo que dé como resultado una novela gordita y buena?!
Consejos de Neil para escritores jóvenes. |
Fue una frustración de muchos meses (que quizás se convirtieron en años). Pero, a medida que fui logrando superarla, me encontré con otras cosas en esos libros.
Los autores (según puedo opinar después de varias novelas y artículos sobre escritura de diversos escritores), cuando escriben sobre cómo escriben o sobre lo que opinan de la escritura, derivan, por lo general en dos cosas o instancias (que pueden mezclarse, y de hecho así lo hacen):
a. El "desorden"
De pronto, todos los escritores que siempre admiramos se transforman en seres humanos comunes y corrientes a los que las cosas les salen solamente porque hubo suerte y mucho, muuucho esfuerzo. Y es hermoso. Hablan sobre lo mucho que les costó escribir tal cosa, cuánto tiempo tuvieron guardada en un cajón una novela que después fue una genialidad; describen las circunstancias adversas que no los dejaron escribir durante meses; mencionan los trabajos aburridos que tuvieron durante mucho tiempo; escriben ensayos sobre lo mucho que los angustiaba la hoja en blanco y la imposibilidad de escribir siquiera una oración. Se traban, se anulan, desconfían de lo que hacen y desconfían de los gatos que se sientan sobre los manuscritos. Se cansan, están horas tipeando y se acaban el café de la casa. Es casi como leer el propio proceso de escritura, torpe y a los golpes. Y estos escritores dicen: el único sistema es seguir, como se pueda, cuando se pueda. Y siguen, y esto me lleva a la segunda instancia...
b. La pasión
En medio de tantos líos, en medio de muchos "no, la verdad es que mi sistema es sentarme y obligarme a escribir", o muchos "escribo en cualquier momento, en cualquier lugar, porque si no las ideas se me escapan", aparece otra cosa, una emoción incontenible que se contagia. Por todas partes se filtra una pasión que hace que todo valga la pena: no dormir, no comer, trabajar de cualquier cosa, pasar años buscando un sistema ordenado, tratar de romper las reglas de los géneros, lidiar con la falta de voluntad, superar los comentarios negativos. Y hablan de libros que leyeron, de cosas que los inspiraron, de historias que los marcaron para siempre...
Llegar a esa instancia de estos libros donde casi lo único que se puede leer es una pasión desmedida y descontrolada por la escritura y las historias que dan vueltas y piden ser escritas, se transforma en un momento muy especial. Ahí veo que estos autores son gente común, normal y totalmente especial, porque hacen lo que les gusta, y lo único que pueden y quieren transmitir es lo mucho que los apasiona escribir (y, sí, por supuesto, leer): no hay reglas, no hay sistemas, no hay fórmulas secretas o musas pequeñas escondidas en la ropa que susurrran ideas geniales. Sólo hay ganas, ganas profundas por escribir y contagiar esa pasión, y muchos, muchos intentos.
No sé si esto se aplicará a todos los escritores, pero algo de esto me fui encontrando en los libros que leí sobre cómo escribir:
- Bird by bird, de Anne Lammot
- Cartas a un joven novelista, de Mario Vargas Llosa
- Mientras escribo, de Stephen King
- Cartas a un joven poeta, de Rainer Maria Rilke
- Reflections: On the magic of writing, de Diana Wynne Jones (en proceso de lectura, por ahora)
- Make good art, de Neil Gaiman
- El blog de Neil Gaiman, completito (bueno, todo lo que llegué a leer)
Y quizás me olvido otros. Pero lo que no me olvido es esa alegría que me contagian, que sale de la pasión pura por la escritura.
Llegar a esa instancia de estos libros donde casi lo único que se puede leer es una pasión desmedida y descontrolada por la escritura y las historias que dan vueltas y piden ser escritas, se transforma en un momento muy especial. Ahí veo que estos autores son gente común, normal y totalmente especial, porque hacen lo que les gusta, y lo único que pueden y quieren transmitir es lo mucho que los apasiona escribir (y, sí, por supuesto, leer): no hay reglas, no hay sistemas, no hay fórmulas secretas o musas pequeñas escondidas en la ropa que susurrran ideas geniales. Sólo hay ganas, ganas profundas por escribir y contagiar esa pasión, y muchos, muchos intentos.
No sé si esto se aplicará a todos los escritores, pero algo de esto me fui encontrando en los libros que leí sobre cómo escribir:
- Bird by bird, de Anne Lammot
- Cartas a un joven novelista, de Mario Vargas Llosa
- Mientras escribo, de Stephen King
- Cartas a un joven poeta, de Rainer Maria Rilke
- Reflections: On the magic of writing, de Diana Wynne Jones (en proceso de lectura, por ahora)
- Make good art, de Neil Gaiman
- El blog de Neil Gaiman, completito (bueno, todo lo que llegué a leer)
Y quizás me olvido otros. Pero lo que no me olvido es esa alegría que me contagian, que sale de la pasión pura por la escritura.
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